sábado, 7 de mayo de 2016

Moby Dick, tan desmesurada como magnética.



Disfruto mucho de esta obra inclasificable que es Moby Dick. Me parece tan desarticulada, estrafalaria y al mismo tiempo excepcional (por momentos) que me asombra, y vuelvo a ella cada tanto; la abro por donde se abra y la leo.

Había que ser un genio, y no importarle nada de la crítica erudita y académica para escribir como lo hace Melville.
Finalmente uno (yo) no sabe si está jugando con el lector, si lo está invitando a participar en ese juego, o simplemente escribió lo que le salía -a borbotones- y no tuvo tiempo o ganas de editarla mejor.
La posteridad se devana los sesos sobre el asunto, y hay quienes ven alegorías por los cuatro rincones, le endilgan atributos de toda índole, la comparan con El Quijote en sus cualidades "posmodernas", y largo etcétera. Hay quienes necesitan transformarla en la obra seminal de la literatura norteamericana, pero me parece que su autor estaba más allá de todo eso.

Por tramos su voluptuosidad narrativa deslumbra. Me imagino a Melville como un charlatán de taberna marinera, rodeado de rostros rojos de cerveza pero inmóviles y absortos ante su labia. Admiro el desparpajo de ese hombre para crear y exagerar como lo hace. Por momentos se mete en un pantano , pero luego sobrevive a sus propios excesos, para transformarlos en algo que es literario, desconcertante, pero innegablemente literario.

Si eso es lo que se propuso hacer, es un genio al nivel de Cervantes, un precursor de la novela moderna. Si eso es lo que le salió, y su intención era poco más que entretener a su público y ganarse la vida, para mí sigue teniendo gran mérito. Y como nunca tendremos la respuesta a esa pregunta, uno puede interpretarlo como quiera, darle el valor y el uso que quiera.

El libro está allí, tan misterioso y desmesurado como esa ballena blanca. Muchos han intentado cazarla y desentrañar sus secretos. Yo no aspiro a tanto. Me hace bien leerla, me pone de buen humor leerla. No busca en ella iluminaciones metafísicas -aunque puede que las tenga-. Pienso que Melville está fumando su pipa, y me cuenta -cerveza en mano- una historia imposible. Y yo lo miro, sonrío, y decido creerle.
La literatura, pienso, es eso. Esa complicidad crédula, ese disfrute.